El excitante país de los Fernández

El excitante país de los Fernández

Al Gobierno se le pueden achacar muchas cosas, menos una: la capacidad de entretenernos. La interminable cuarentena nos hunde irremediablemente, sí, pero se hace más llevadera con el turismo de aventura que supone escuchar cada día al Presidente, con la orgía de poder de Cristina, los festejos de Martín Guzmán por haber hecho una oferta tan generosa que fue aceptada por el 99% de los bonistas, las luchas intestinas y, claro, los esfuerzos de Sabina Frederic para entender dónde está y qué tiene que hacer.

Al espectáculo que se nos ofrece no le falta nada. Voy a confiarles algo sobre mi metodología de trabajo (aunque muchos piensen que en realidad el trabajo me lo hacen los que gobiernan): empieza la semana y voy anotando los hechos más relevantes, recorro el espinel de fuentes y, al llegar la noche, digo: ya está, ya tengo tema para el sábado; al día siguiente me veo obligado a cambiarlo. Por ejemplo, el domingo creía que lo de Frederic -en cualquier momento escribo Frederik- era imbatible. Unos forajidos usurpan tierras de Parques Nacionales y ella denuncia a unos señores que protestan contra esa usurpación con pancartas tan destituyentes como la que decía: “Que la Justicia actúe en tiempo y forma”. Con todo derecho, Sabina habrá pensado que nada ni nadie podría desplazarla de ese merecido primer plano: una ministra de Seguridad que sale en defensa de delincuentes y a perseguir a un grupete de vecinos. Se equivocó, y yo también. Después intentó recobrar notoriedad volviendo sobre sus palabras, pero ya era tarde. Qué feo, tan respetable antropóloga elevada al altar de los memes.

Si mi trabajo se complica, imagínense el de embajadas y corresponsales extranjeros. No es fácil explicar la Argentina de estos días, en la que es noticia que la vicepresidenta vaya a la Casa Rosada. Supongo que habrán escrito: en realidad fue al museo de la Casa Rosada, hoy de hecho convertida en un gran museo cuyas vitrinas exhiben un Presidente, un jefe de Gabinete, una lapicera para firmar decretos de necesidad y urgencia. Me pongo en los zapatos de mis colegas, los corresponsales, que el miércoles tuvieron que informar sobre la jornada en Diputados. Ahí la novedad era que el bloque opositor había decidido, después de cinco meses, ocupar sus bancas; no, la novedad era que, aun ocupándolas, estaban técnicamente ausentes; pero el presidente de la Cámara, Massa, les daba la palabra a los ausentes, mientras esperaban su turno, detrás de las pantallas, los que estaban presentes, que eran los que no estaban. Los presentes no votaron nada y los ausentes aprobaron dos leyes. “La noche de los dos congresos”, la retrató Pagni; dos congresos, dos leyes y dos Kirchner, Cristina y Máximo, acosando a Massa, que a duras penas intentaba congeniar las dos sesiones. Mientras, el teléfono de Massa se llenaba de amenazas, probablemente porque algún opositor hizo circular su número. Esa noche, cuando el bloque de Juntos por el Cambio dejó el Congreso, en la calle lo esperaba una ovación. Diputados aplaudidos al salir de su trabajo. Ingrata faena la de diplomáticos y corresponsales: cuentan lo que ven y en sus países les piden que corran a hacerse un hisopado.

En el Senado, la cosa es más sencilla. Cristina lo ha convertido en una suerte de Concejo Deliberante de El Calafate, y a los de su bancada, en empleados de Hotesur. Esos señores senadores, que en sus provincias suelen ser personas venerables, llegan a Buenos Aires y el downgrade es fatal: no tienen ni más voz ni más voto que lo que ordena la jefa. Todo lo que les paguen por desarraigo es poco. Ni siquiera es compensado por las trampitas que ella les enseña cada día. Dicen que cuando Cris llega a la Cámara, pregunta: “Please, recuérdenme qué parte del reglamento nos toca violar hoy”. En el Senado reside hoy el poder real del país. ¿La Corte? Impecable. Son los únicos argentinos que cumplen al pie de la letra la cuarentena: encierro, distanciamiento y lavarse las manos.

Ahora intentaré describir lo de la toma de tierras en el conurbano. A ver: en una provincia en la que ha mandado y manda el peronismo, gente desahuciada que sigue a punteros peronistas, o a movimientos sociales liderados por dirigentes peronistas con cargos en el gobierno nacional, ocupa terrenos de distritos gobernados en su mayoría por intendentes peronistas, y entonces los intendentes se quejan ante el gobernador, que les da la razón y que apoya a su ministro de Seguridad, peronista, que dice que eso que hace esa gente, impulsada por funcionarios del gobierno peronista de Alberto, es delito y merece la cárcel. El que lo resumió mejor fue, cuándo no, Kicillof: “Esto es culpa del macrismo, que no construyó viviendas”.

Me quedaron muchos apuntes. Ya estamos en el top 10 en cantidad de infectados, y acabamos de entrar en el top 15 en cantidad de muertos; triste adiós a las filminas. El presidente de IATA, que agrupa al 80% de las compañías aéreas, dijo que le preocupa que “la Argentina se convierta en otra Venezuela”, lo que motivó una protesta de Maduro, por la comparación con la Argentina. Invitado anteayer a un acto en Peugeot, el profesor Fernández hizo un encendido elogio de Ford.

“En silencio estamos perdiendo el país”, dijo el gran Campanella. Discrepo. No es en silencio.

Por: Carlos M. Reymundo Roberts

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