Especialista en niños y adolescentes, lideró a un grupo de académicos de distintos campos que publicaron una carta abierta en el Reino Unido, alertando sobre los daños que el confinamiento estaba produciendo en la salud mental de los más jóvenes. Con una mirada cálida y humanista, explica la centralidad de las interacciones cara a cara y del juego en la constitución de la personalidad
Que los niños jueguen, que los adolescentes interactúen, que no perdamos el cara a cara y que, si cometimos un error, seamos capaces de admitirlo y rectificarlo. Parecen recomendaciones demasiado sencillas en un contexto en el que la población general incorporó conocimientos técnicos sobre infectología, medicina y epidemias, quizás como nunca antes había sucedido. Sin embargo, a medida que se hace evidente que la “guerra” que libraron tantos gobiernos del mundo contra el virus no se va a poder ganar en los términos en los que fue planteada, quizás sea el momento de enfocarse en recomponer algo de lo mucho que perdió la humanidad en términos vinculares y afectivos.
Es la propuesta que, en un tono que nunca deja de transmitir calma, hace Ellen Townsend, profesora de psicología de la Universidad de Nottingham y especialista en niños y adolescentes. Es precisamente la preocupación por cómo los más jóvenes estaban siendo dejados de lado en el diseño de la respuesta global al COVID-19 lo que la llevó a dar un paso al frente.
Consternada por el daño que les estaba causando el cierre de las escuelas, publicó el 14 de junio en The Sunday Times una carta abierta al gobierno, que contó con el apoyo de más de un centenar de académicos de la psicología y de otros campos. “Como expertos que trabajan a través de distintas disciplinas, estamos unidos para pedirles que reconsideren su decisión y liberen a los niños y a los jóvenes del encierro”, decía la carta, cuya repercusión superó las expectativas de su mentora y terminó siendo decisiva para torcer el curso del debate público en el Reino Unido, que luego terminaría habilitando el regreso a las aulas.
Tras obtener un PHD en psicología en la Universidad de Nottingham, Townsend pasó tres años como investigadora posdoctoral en el Centro de Investigación del Suicidio del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Oxford. Luego regresó a Nottingham, donde además de ser profesora de la Escuela de Psicología, dirige el Grupo de Investigación de Daño Autoinfligido (SHRG) y es miembro del grupo de Análisis de Riesgos, Procesos Sociales y Salud (PSPH).
Townsend aborda muchos de estos temas en esta entrevista con Infobae, en la que también propone que haya una discusión realmente abierta en la comunidad educativa, que incorpore a los jóvenes y también a los docentes, para que todos se sientan contenidos en las decisiones que se tomen. “Los políticos deberían trabajar con ellos en lugar de dictar las medidas desde arriba. Es algo que ha hecho muchísima falta”, recomienda.
—Usted estuvo detrás de una carta abierta firmada por más de 100 expertos en psicología y en otros campos, que en el mes de junio advirtió sobre los riesgos del aislamiento social para la salud mental de los niños. ¿Por qué consideró necesario difundir ese mensaje en ese momento?
—Desde el comienzo de la pandemia me preocupa el descuido de los niños en el diseño de las políticas públicas. El descuido de sus necesidades y la falta de consideración sobre cómo las diversas restricciones afectaron sus vidas. Cuando el Gobierno cerró las escuelas estaba muy claro que eso iba a tener un impacto sobre los niños, y que el impacto iba a ser desigual. Los que provienen de entornos difíciles se estaban quedando más y más atrás, sin recibir ningún tipo de enseñanza y viviendo en ambientes caóticos, que no son seguros. En junio, cuando empezó a discutirse la posibilidad de que los niños regresaran a la escuela, estábamos esperanzados con los descubrimientos sobre la manera en que los afecta el COVID-19. Es bastante milagroso que entre los menores de 15 años tenga un impacto tan pequeño en su salud física.
—¿Y qué pasó entonces?
—El Gobierno decidió posponerlo. Se insistía mucho en que la gente le tenía mucho miedo al COVID. En el Reino Unido y en muchos otros países ha habido un deliberado uso del miedo para alentar a la gente a actuar de ciertas maneras, respetando la distancia social y las políticas restrictivas. En ese punto, pensé realmente que era suficiente, que había que ponerse de pie para defender a los niños. Creo que muchos académicos han tenido miedo de enfrentarse a la narrativa dominante. Así que compartí la idea con algunos amigos y colegas e inmediatamente recibí un apoyo abrumador, en horas. Montones de personas diciéndome que eso era lo que necesitábamos. Y la carta se publicó en The Sunday Times, que es un periódico muy importante aquí, y tuvo mucha cobertura mediática. Esa misma semana se publicó también una gran carta de pediatras y científicos de la salud que trabajan con niños, así que fue un poco como un efecto bola de nieve. Creo que el Gobierno se apoyó en un tipo de expertise muy acotada. Y entiendo por qué hay que hablar con epidemiólogos y virólogos en este caso, pero en cualquier escenario de riesgos hay que mirar los costos sobre otras cuestiones.
—¿Qué piensa de lo que sucedió en los meses que transcurrieron desde la publicación de esa carta abierta?
—Estoy muy contenta porque los niños volvieron a la escuela. Es el mejor lugar en el que pueden estar, es seguro para ellos estar ahí. Ahora hay mucha información epidemiológica, muy buenos modelos pediátricos sobre enfermedades infecciosas y datos concretos que muestran que es el mejor lugar para ellos. La escuela es muy importante en muchos niveles. En términos de desarrollo, en términos de las oportunidades de vida. No es posible devolverles a los niños esas oportunidades de vida del mismo modo que se puede compensar a un comercio por haber tenido que cerrar por algunas semanas. La educación es el capital social que impulsa cambios en la sociedad, especialmente para niños de los entornos con menos ventajas. Por eso debe ser priorizada. No estoy segura de que sea algo global, pero el mensaje actual de nuestro gobierno es que las escuelas serán lo primero en abrir y lo último en cerrar. Es lo correcto. Mucha gente me escribió para decirme que sus hijos se transformaron tras regresar a clases, que eran niños diferentes.
—Desde hace tiempo hay una fascinación creciente con las herramientas tecnológicas que permiten el contacto remoto entre las personas, pero está claro que no logran lo mismo que la presencialidad. ¿Qué consecuencias tiene para el desarrollo de un niño perder el contacto cara a cara con sus pares?
—Para todas las edades, desde los niños muy pequeños hasta los adolescentes, la interacción cara a cara es realmente vital. Hay algo alrededor de la espontaneidad del cara a cara que es muy importante. Pienso en niños de escuela primaria, por ejemplo. Así aprenden las reglas de interacción social, la empatía, la compasión. El juego les ayuda a comprender lo que pasa en el mundo. La espontaneidad del juego. Incluso entre los adolescentes, aunque se comunican mucho a través de las redes sociales, lo cual fue un salvavidas para muchos. ¿Pueden imaginarse lo que habría sido esta pandemia sin internet? Pero, de nuevo, el cara a cara, andar por ahí sin ningún propósito, es muy, muy importante. Alguien me preguntó el otro día en una conferencia qué podemos hacer por los niños ahora, y yo dije que tenemos que hacer que jueguen cara a cara. Como podamos, más allá de las restricciones que haya en cada país. En la mayoría, incluso aunque haya un confinamiento, si alguien está sufriendo se pueden hacer contactos cara a cara con otros. Es muy importante tenerlo en cuenta. Las personas han sobrellevado esta crisis de diferentes maneras, pero siento que la parte social es vital, particularmente para los niños.
—Por otro lado, las clases online no pueden reemplazar la enseñanza cara a cara. Incluso más allá de los enormes esfuerzos que hacen los docentes desde sus casas, no todos los niños tienen acceso a ellas. ¿Qué pasa con aquellos que no tienen conexión a internet ni dispositivos electrónicos?
—El Gobierno tenía acá un plan para distribuir laptops entre niños desfavorecidos, pero mucho de eso no se cumplió. No sé las estadísticas, pero muchos niños de familias vulnerables no tienen el equipamiento necesario, y es algo en lo que habría que pensar ante cualquier confinamiento futuro. Pero incluso con la tecnología, diferentes familias van a estar en lugares diferentes en términos de la manera en la que pueden apoyar a sus hijos. Puede haber una madre o un padre soltero, tratando de trabajar desde la casa y de hacer escuela desde la casa. En esos casos podría haber significativos problemas de salud mental en la familia y un ambiente caótico, lo que dificulta la enseñanza. Además está el espacio. La regla es tratar de trabajar desde el hogar, y yo tengo la suerte de tener un lugar para hacerlo, pero muchos otros no. Hay personas que viven en ambientes muy reducidos, en los que no hay separación entre el trabajo y la casa, o la escuela y la casa. Creo que este es un tema enorme. La brecha educativa, la brecha del rendimiento educativo, se va a agrandar si seguimos con los confinamientos y restringiendo las interacciones sociales.
—Pasaron más de nueve meses desde que comenzó la pandemia y ya hay algunos estudios sobre sus consecuencias en la salud mental. ¿Qué es lo que descubrió la psicología sobre lo que está ocurriendo con los niños?
—Hay una mezcla, es una imagen un poco confusa. Hay muchos estudios pequeños con encuestas que muestran instantáneas de lo que está pasando, pero no miran lo que sucede a lo largo del tiempo. Hay una encuesta de morbilidad psiquiátrica en adultos en el Reino Unido, que es de alta calidad y llega hasta los adolescentes tardíos, que muestra que los más jóvenes están sufriendo más que los mayores.
La brecha educativa se va a agrandar si seguimos con los confinamientos y
restringiendo las interacciones sociales.
—¿Jóvenes de qué edades?
—Creo que es desde los 16 o 18 años, adolescentes mayores, hasta los 24 años. Es la edad más baja que incluye esa encuesta. Y muestra que los más jóvenes realmente están sufriendo. También hemos visto algunos buenos estudios que observan lo que está pasando en las familias con niños muy pequeños y adolescentes, que parecen estar mostrando un patrón de infantes realmente pasándola mal, experimentando dificultades de conducta y problemas emocionales que no habían tenido antes. Pero la imagen es mixta. Un estudio en Bristol mostró que a los adolescentes más chicos les estaba yendo bien, particularmente si habían tenido problemas en la escuela antes del confinamiento. Como si sus dificultades hubieran desaparecido al no tener que relacionarse con la escuela de la misma manera. Otro estudio en Oxford, que observó la resiliencia en adolescentes, mostró algo muy preocupante, que es que a pesar de lo que hablábamos de las redes sociales y de estar conectados, los jóvenes se sienten mucho más solos que sus padres, y cada vez más solos con el paso del tiempo.
—¿Y cuáles pueden ser los efectos de la soledad?
—Sabemos que la soledad afecta la salud mental. Hay un estudio muy sistemático realizado por colegas de la Universidad de Bath que revela que la soledad puede tener un impacto hasta nueve años más tarde. Así que si la gente se pregunta qué puede hacer con sus hijos, yo les diría que jugar, jugar y jugar. Junten a los niños y a los adolescentes, que necesitan jugar e interactuar.
—Hasta acá venimos hablando del aislamiento como la principal dimensión psicosocial de la pandemia. Pero hay otra que es el pánico colectivo, transmitido por las autoridades a los padres y por éstos a los niños. ¿Cómo puede afectar su salud mental este miedo a enfermarse, a salir a la calle, a estar en contacto con otros?
—Me preocupo especialmente por los niños que ya eran vulnerables de alguna manera y quizás tenían algún comportamiento obsesivo compulsivo. Por ejemplo, con preocupaciones por la limpieza, por las infecciones y ese tipo de cosas. Creo que el mensaje de nuestro gobierno ha sido de muy poca ayuda. Hubo un slogan famoso que era “no mates a tu abuela”, que realmente afectó a los niños. Está el miedo, y es así, es algo que inquieta a los jóvenes, pero también hay incertidumbre. Para muchos jóvenes la rutina es muy importante, saber qué es lo que va a pasar, qué esperar. Ayuda mucho en términos de salud mental y de bienestar. Pero ahora estamos en una situación en la que todo es de semana a semana, en la que no sabemos qué podremos hacer. Lo he notado en mis hijos, que dicen “sería genial hacer… pero ¿podremos hacerlo?”. Son conscientes de que estamos en esta extraña situación en la que no tenemos el control, y esa es otra cosa que está presente, que uno no tiene el control. Los niños son resilientes y esa es una razón importante para ser optimistas y pensar que si les damos los apoyos correctos van a poder recuperarse y vivir vidas felices. Pero cuanto más se extiendan las restricciones, más difícil va a ser. Recién recordé otro estudio de cohorte, de China, que miraba la salud mental de niños de 12 años. Recolectaron datos de antes del confinamiento y de tres meses después, y encontraron un patrón de incremento del daño autoinfligido, de las ideaciones suicidas y de los intentos de suicidio. Son todas señales alarmantes de que los jóvenes están sufriendo.
Si la gente se pregunta qué puede hacer con sus hijos, yo les diría que jugar, jugar y jugar
—Algunos epidemiólogos reconocen que el aislamiento es duro, pero sostienen que es un mal necesario de corto plazo para evitar un daño mayor. Pero usted habla de posibles daños de largo plazo para los niños. ¿De qué manera lo que está pasando podría afectarlos en su vida futura?
—Es importante tener en cuenta que la adolescencia es un período de vulnerabilidad, con o sin confinamiento. La mayoría de los problemas de salud mental se desarrollan en esos años. Y sabemos que las tasas de daño autoinfligido y de suicidio se disparan entre la adolescencia media y tardía. Es un período muy sensible y puede marcar un rumbo en la vida. Si sufres depresión, tienes mayores probabilidades de sufrir una recaída luego. Lo que se hizo ahora fue poner en una situación vulnerable a los jóvenes, que de por sí son más vulnerables. Otro aspecto son las consecuencias económicas, porque los jóvenes sufrirán esa carga. Ellos deberán soportar en su vida adulta el peso de lo que se ha hecho a lo largo de esta pandemia. No hay discusión al respecto. Y sabemos que las tasas de suicidio están muy asociadas con las crisis económicas, como vimos en la recesión de 2008. No ocurrió inmediatamente, pero unos cuatro años más tarde, empezamos a ver grandes incrementos alrededor del mundo. Nada de esto es inevitable si apelamos a una mitigación correcta, si respaldamos financieramente a la gente, y le damos apoyo emocional y social. Pero tenemos que actuar ahora. En términos de mortalidad, la soledad y el aislamiento social son tan peligrosos como fumar, o como la obesidad, según han mostrado grandes estudios. Necesitamos abordajes completos para proteger la salud mental en la escuela, ahora. No podemos esperar. Es algo que tenemos que tomar muy en serio.
—Recién mencionaba la resiliencia que caracteriza a los niños. Cuando se habla de esa capacidad de adaptarse a las crisis se suele dar el ejemplo de las guerras, y esta pandemia ha sido comparada con los períodos de guerra. ¿Cree que es una comparación válida en términos de salud mental?
—Creo que probablemente al principio pudo haberlo sido, por esa sensación de que estábamos todos frente a algo que no entendíamos realmente y que era percibido como una gran amenaza. Pero cuanto más sabemos del virus y del modo en que afecta a las personas, creo que menos se sostiene esa comparación. Esta idea de que estamos ante un enemigo común es difícil para los jóvenes, porque no los afecta a ellos directamente en términos físicos. Aunque les preocupa el impacto en las personas que los rodean, sufren por muchas de las restricciones sin entender por qué se aplican sobre ellos también. Algo de lo que no se habla para nada en el Reino Unido es que se trata de un virus con el que la mayoría de los grupos de edad tienen una tasa de recuperación del 99,9 por ciento. Quizás no debería sorprendernos que mucha gente joven no lo vea como una amenaza. Pero aún así se impuso esta narrativa bélica de “vamos a combatir y vamos a vencer”. Algo por otro lado improbable de lograr con un virus así.
—Volviendo al suicidio juvenil y adolescente, que ha sido uno de los temas que más ha estudiado a lo largo de su carrera, ¿por qué cree que incluso antes del coronavirus era una problemática en crecimiento a nivel global?
—Es la pregunta del millón. La respuesta honesta es que no sabemos, pero hay varias cosas para pensar. ¿Hay más gente joven admitiendo tener problemas porque nosotros insistimos con que está bien hablar de la salud mental y la angustia? Puede ser que estemos observando cada vez más algo que ya estaba ahí desde antes. Además, la información disponible sugiere que muchos de los aumentos en los índices de suicidios y en autolesiones se registran en niñas adolescentes, pero no entendemos del todo por qué está sucediendo eso tampoco. Podrían ser todo tipo de motivos psicológicos y sociales. Algunos de estos fenómenos podrían estar amplificados por cómo algunas personas más vulnerables utilizan las redes sociales, pero no todos. Tenemos información epidemiológica, pero falta más indagación sobre las razones. Y hemos tratado de hacer eso en algunos trabajos, que buscan pensar cómo hace la gente joven para lidiar con las emociones más críticas. Estamos hablando de angustia, ¿cómo hace la gente joven para enfrentarse a su angustia? ¿Cómo regulan sus emociones en momentos de mucho conflicto interno?
—¿Cuáles son las respuestas más habituales? ¿Acuden a sus padres o a especialistas para pedir ayuda?
—Esa es otra cosa interesante que surgió de nuestro trabajo. La gente joven no confía lo suficiente en nadie como para compartir cómo se siente. Por ejemplo, acercarse a un adulto aparece como algo imposible, o a un profesional de la salud, aparece como muy muy difícil. Hay gente joven con muchas dificultades para dar ese tipo de conversaciones y son problemas muy complejos, multidimensionales. Y muchas veces la gente se ve sobrepasada cuando hablamos de que todas estas cosas podrían estar haciendo que una persona se sienta así. Pero hay que invertirlo: miremos todas las oportunidades o los aspectos en los que podríamos hacer una diferencia. Hay un estudio muy importante en el Reino Unido que se llama Estudio Cohorte del Milenio (Millennium Cohort Study). Lo que vemos allí es que hay menos gente joven que fuma, bebe y toma drogas, pero más que se autolesiona. Quizás está cambiando la forma en la que la gente joven se enfrenta o lidia con estas emociones muy negativas.
—Si uno de los problemas principales es la soledad, o que los jóvenes sienten que no pueden contactar a un adulto o a un especialista, es fácil imaginar cómo el aislamiento social empeoró este tipo de problemáticas.
—Si, correcto. Y es por eso también que una consideración muy importante es que nada de esto es inevitable, podemos intervenir y podemos hacer buenas intervenciones. A un nivel individual, en la escuela, a nivel social. Hay muchas cosas que podríamos estar haciendo para ayudar a la gente joven a que se sienta mejor, segura. Además del tema de la pandemia, los confinamientos y los efectos del aislamiento social, hay otras cosas previas para pensar en términos de los modelos psicosociales que hemos desarrollado. Las crisis muchas veces tienen que ver con la falta de esperanza, con sentirse derrotado, sentirse atrapado. Entonces, potencialmente estamos poniendo a la gente en contacto con estas cosas que ya nos preocupaban de antes. Por eso, tenemos que pensar en opciones de mitigación, porque estas cosas son modificables, pero hay que tener las herramientas. Lo que sucede con la resiliencia es que muchas veces se asume que se trata de algo que está dentro de cada uno. Pero de hecho la resiliencia frecuentemente tiene que ver con la capacidad de acceder a las fuentes correctas en el momento correcto. Como comunidad, ya sea en la escuela o en la universidad, es importante que podamos proveer los recursos para que la gente joven pueda navegar hacia la construcción de su resiliencia.
—Hablando del suicidio adolescente y las heridas auto-infligidas mencionó que habían aumentado particularmente en niñas adolescentes. ¿Cómo impactan estas problemáticas en las distintas clases sociales?
—Afecta a todos los sectores de la sociedad. Pero de vuelta, creo que aquellas personas en los grupos socioeconómicos más bajos son las que lo sufren más. Son las que enfrentan una vida con problemáticas más desafiantes. Y algo del trabajo que nosotros hacemos en este país con el Estudio de Centros Múltiples de Daños Autoinfligidos de Inglaterra nos ha demostrado eso. Las personas que viven en áreas desfavorecidas están en mayor riesgo de morir por suicidio.
—Otro tema que ha estudiado son las percepciones de los riesgos y cómo éstas afectan a la salud mental. El COVID-19 es innegablemente un nuevo peligro que no existía anteriormente, pero para los menores de 60 años no es un riesgo mayor que otros con los que ya estaban acostumbrados a convivir. ¿Por qué cree que aún así genera tanta angustia, al punto que para algunos vivir con ese riesgo se pueda volver intolerable?
—Hay estudios muy interesantes que se han hecho observando cómo nuestras emociones impulsan comportamientos de búsqueda o de evasión del riesgo, y cómo afectan nuestras percepciones sobre los riesgos. Y esencialmente lo que muestran es que si haces que alguien sienta miedo o ansiedad, o si una persona tiende a sentir ansiedad ante los riesgos, es más probable que actúe evitando arriesgarse. Porque las cosas se ven como menos certeras y más preocupantes. Entonces, no es sorprendente el miedo que se ha instalado con la cobertura de los medios de comunicación, que ha sido unilateralmente aterradora. Las portadas nacionales en el Reino Unido ha tenido el constante conteo diario de las muertes, nunca habíamos tenido algo así. No sé si en Argentina sucedió lo mismo.
—Bastante aterrador.
—Sí. Constantemente uno está midiendo las consecuencias de sus acciones y comportamientos en relación con los riesgos, y cognitivamente el COVID ha estado en nuestras mentes por los últimos nueve meses. Ha estado constantemente guiando nuestras decisiones y la forma en la que pensamos, probablemente en un nivel inconsciente. Pero también en un nivel consciente. Hay cuestiones de género en esto, por ejemplo, las mujeres tienden a exponerse al riesgo menos que los hombres. Incluso la fatiga y el cansancio pueden moderar tu respuesta ante el riesgo. Si estás realmente muy cansado es posible que hagas algo más riesgoso que si no lo estás. Hay muchas cosas que pueden entrar en juego. Algunas son implícitas, inconscientes, y otras son claramente decisiones conscientes, balanceo de costos y beneficios. Creo que en general somos bastante malos a la hora de entender riesgos, como especie. Pero por eso es importante presentar los riesgos de manera que sean más comprensibles, para que la gente pueda hacer juicios más informados sobre ellos. Eso no está sucediendo.
—¿Dice que somos malos, como seres humanos, a la hora de interpretar los riesgos? ¿Por qué?
—Sí. No somos buenos entendiendo, basándonos en probabilidades, cómo el riesgo se aplica a nosotros específicamente. Se trata de una forma de comprensión. Dado este conjunto de probabilidades, esta es la más riesgosa. Y eso tiene que ver con cómo son presentados los riesgos. Cómo son presentadas sus probabilidades. Hicimos un trabajo años atrás observando si era posible ayudar a que los niños comprendan de probabilidades. Y se puede. Dado un rango de opciones puedes ayudarlos a entender cuál es el escenario más probable. Y en eso la presentación de la información realmente importa.
Niños haciendo ejercicios en la escuela en San Pablo, tras su reapertura. REUTERS/Amanda Perobelli
—En muchos países el regreso a las aulas ha abierto situaciones de conflicto con los docentes, que temen exponerse al contagio debido a estos discursos de los que hablábamos antes. También es cierto que, al menos en nuestro país, tienen salarios muy bajos, usualmente trabajan en varias escuelas al mismo tiempo y están a cargo además del cuidado de sus hijos y de su padres. ¿Cómo cree que se puede desarticular esta otra dimensión del problema del regreso a clases?
—Creo que, de nuevo, hay que pensar cómo presentar las información de manera real y convincente para ayudar a la gente a tomar decisiones informadas. La última vez que observé esto no había habido ningún caso de un alumno contagiando a su docente en ningún lugar del mundo, lo cual es bastante extraordinario. De hecho, lo más riesgoso es lo que sucede de docente a docente, por lo que lo más importante sería que el personal sea muy cuidadoso en los espacios comunes, y que mantenga la distancia social. Pero hemos sido defraudados por los políticos, que no nos dijeron eso, ni que la mayoría de nosotros contraeremos el virus, y que posiblemente tendremos una experiencia muy leve. Por supuesto que la gente más grande corre más riesgos, y creo que en el caso de esos docentes lo más adecuado sería trabajar desde casa haciendo otro tipo de actividades. No veo que eso sea un problema. No se cómo es la comunicación en Argentina sobre el tema, pero nuestro gobierno esperó demasiado, tuvieron todo el verano para desarrollar un plan para darle confianza a la gente, pero recién la semana anterior difundieron el mensaje de que los niños no lo transmitían y de que era seguro. Llegó demasiado tarde. Creo que los políticos deberían dar ese mensaje lo antes posible, pero es necesario trabajarlo con los docentes, en lugar de dictar medidas desde arriba. Es algo que ha hecho muchísima falta. Pequeños grupos de científicos asesoran a los gobiernos que después toman estas medidas compulsivas en lugar de plantear una reflexión sobre cómo podemos darles a los docentes la confianza o seguridad de que pueden volver al trabajo y sentirse seguros.
No ha habido ningún caso de un alumno contagiando a su docente en ningún lugar del mundo
—Fue mencionando varias recomendaciones en relación a los niños, como que jueguen todo lo que puedan, así como la importancia de los espacios de acompañamiento psicológico en las escuelas. ¿Tiene algunas otras ideas concretas sobre el regreso a clases que puedan servir como consejos?
—Bueno, diferentes países han tenido diferentes experiencias sobre este tema, y nosotros tuvimos algunos niños que regresaron a las escuelas en el verano preparando importantes estadísticas para el año entrante. En relación a los perfiles de riesgo, obviamente los niños más pequeños han mostrado riesgos ínfimos, entonces creo que, por ejemplo, en Suecia los niños hasta 16 años han estado yendo a la escuela durante toda la ola de la pandemia, no cerraron para nada. Creo que el distanciamiento y la higiene es importante. En relación a la planificación curricular, mucha gente está preocupada porque los niños regresen a las aulas y tengan una enseñanza estricta de matemática, ciencia, literatura, etcétera, es decir, regresar a las enseñanzas duras muy rápido. Yo creo que, por el contrario, es fundamental que haya oportunidades para que los niños hagan cosas más creativas, como actuación o música; quiero decir, los aspectos más creativos de la escuela. También deportes y actividades al aire libre. Sería increíblemente importante trabajar mucho sobre estas actividades, teniendo en cuenta y tratando de entender por lo que todos hemos pasado, y que aún estamos atravesando.
—Otro aspecto de los confinamientos en relación al cierre de escuelas es lo que ha sucedido en los hogares, entre las familias. ¿Cuáles cree que han sido los efectos del aumento de las tareas domésticas –cocinar, limpiar, acompañar en el aprendizaje, etcétera–, que recayó principalmente sobre las mujeres?
—Creo que eso es innegable. En mi campo de trabajo académico hemos experimentado una caída del número de mujeres que envían trabajos a las revistas, de las mujeres que solicitan becas para investigación o para obtener fondos, debido a que son las que cargan con gran parte del peso de las tareas extra, y creo que ese ha sido un problema global. En relación a cómo mitigarlo, en la academia podríamos enfocarnos en las madres solteras, que están haciendo todo en medio del confinamiento y del aislamiento. Yo recomendaría fuertemente que se considere a esas personas a la hora de una promoción o de las oportunidades que pueda haber, por ejemplo. Asegurarnos de tomar todo esto en cuenta porque creo que tendrá un gran impacto. Es muy difícil conciliar todas las tareas.
—¿Qué opina sobre el hecho de que en el Reino Unido y en la mayor parte de Europa los gobiernos están volviendo a adoptar o a evaluar restricciones similares a las de marzo y abril, sin tomar en cuenta muchos de los conocimientos que han surgido en estos meses?
—Dicen que sí están tomando en cuenta esas cosas, pero yo no les creo. Hay miles de personas esperando por operaciones en el Reino Unido. Miles de personas que no se han hecho sus chequeos médicos anuales, sus estudios y controles relacionados con el cáncer. Todo excepto el COVID ha sido puesto en pausa, y eso no puede ser correcto, simplemente no es sostenible. Además, si los confinamientos no han funcionado, ¿por qué los estamos aplicando nuevamente? Es un mecanismo muy impreciso para abordar el problema. Algo del modelo sueco que me interesa es la sensatez de la gente: no había reuniones masivas, se quedaban en casa todo lo que podían, mantenían la distancia social en restaurantes y bares para mantenerlos abiertos… Han fallado en la protección a los ancianos en los hogares, pero todos debemos aprender a hacer eso. Creo que necesitamos ser más inteligentes y trabajar más con todas las disciplinas. Una cosa que me da mucha pena es que no vemos mucha expertise en el asesoramiento de los gobiernos.
La pandemia de la COVID-19 ha provocado que nueve de cada diez niñas y adolescentes sufran un nivel medio o alto de ansiedad, según un informe de Plan Internacional, que refleja que son las de España e India las que más reconocen haber tenido cambios más importantes en sus vidas. EFE/Miguel Barreto/Archivo
—Otra cuestión que usted y otros expertos han señalado es que la gente joven ha quedado totalmente relegada de todas las decisiones sobre esta pandemia, todo les ha sido impuesto. No fueron consultados sobre el cierre de las escuelas secundarias y de las universidades, y sus opiniones no han figurado en los medios casi en absoluto. ¿Por qué cree que sucedió algo así?
—Sigue siendo así, incluso aunque muchos hemos escrito sobre por qué esto no es correcto, y sobre que la gente joven tiene ideas muy útiles y cosas sensatas para decir. Increíblemente, han sido presentados como irresponsables, y no creo que eso sea cierto. Es muy dañino acusar a la gente joven después de todo lo que han sacrificado. Muchos dicen que esto será por un periodo corto de tiempo, pero para los niños pequeños la vida bajo alguna forma de confinamiento ha significado una buena proporción de su existencia. Yo me pregunto sobre los Derechos Humanos, tenemos la Convención sobre los Derechos del Niño, que nos dice que se supone que los adultos debemos priorizarlos. Pero ¿cómo algo de lo que hemos hecho los ha puesto como prioridad? En el artículo 3 dice que nada de lo que hagamos debería ser perjudicial para los niños, y aún así, la propuesta es repetir esas acciones. Hay formas en las que podemos involucrar a los más jóvenes, es algo que hacemos todo el tiempo en nuestras investigaciones. No tendría sentido evaluar una forma de hacer un tratamiento determinado si la gente joven nos respondiera “yo no quiero tener nada que ver con esto, suena horrible”. Así que desde una etapa muy temprana estuvimos hablando con los jóvenes sobre si les parecían razonables, si eran ideas que tenían alguna relevancia para ellos, cómo las cambiarían, qué harían al respecto. Yo no veo ninguna razón por la cual las voces de los jóvenes no deban ser escuchadas.
Una cosa que me da mucha pena es que no vemos mucha expertise en el asesoramiento de los gobiernos
—Antes habló de la importancia de los discursos públicos en la formación de las opiniones de la población. En muchos países, los gobiernos tuvieron una retórica muy alarmista sobre el virus, pero ahora que quedó claro que no puede ser “derrotado” y que tendremos que vivir con él por un tiempo, ¿cómo hacen para cambiar el mensaje y orientarlo más hacia una política de los cuidados, y menos hacia el miedo?
—Desearía saber la respuesta. Realmente. Pienso que los líderes deben admitir cuando cometen un error. Si es que creen que lo cometieron, y no estoy segura de que sea el caso, y eso tiene que ver con los consejos que aún están siguiendo. Algunos sí lo han hecho, por ejemplo, el gobierno de Noruega a través de su ministro de Salud ha dicho “cometimos un error. No lo haremos otra vez”. Algo muy importante del liderazgo es poder levantar la mano y decir “hicimos esto mal, cómo podemos revertirlo”. Y creo que eso fue un problema, nos colocamos a nosotros mismos en un rincón de miedo abyecto y terror. ¿Cómo podemos sacar a la gente de ahí? Ustedes saben que a nadie le gusta hablar de Suecia, porque ellos son el ‘grupo de control’, pero podríamos haber observado lo que estaban haciendo, y pensar qué podíamos aprender. Ellos no hicieron todo perfecto, pero lo admitieron. Entonces, ¿qué podríamos aprender de ellos y cómo podemos cambiar el curso hacia uno que sea compasivo y humano, para todas las edades? Y yo creo que es posible de lograr algo creativo, a través de diferentes disciplinas. Creo que es posible.