El fin de la clase media y de las aspiraciones de progreso

El fin de la clase media y de las aspiraciones de progreso

La complejidad para conseguir cualquier mínimo insumo o producto se entremezcla con la desazón de jóvenes que deciden irse. Los padres, atónitos, mezclan orgullo con tristeza. La clase media está buscando afuera lo que ya no consigue acá. Ya no se consigue SUBE para viajar.

Cada vez que uno analiza lo que está pasando, observa lo que sucede y lo describe en un artículo; se basa en la recolección de información, análisis contrapuesto con experiencias anteriores. También cuenta con el aporte invalorable de amigos y conocidos que pasaron por más vivencias que uno y que, de manera desinteresada, las vuelcan para mejorar la percepción de la realidad.

En lo que va del año, son varios los amigos, por arriba de los cincuenta, que cuentan, con difusas emociones y expectativas, que sus hijos decidieron emigrar del país en búsqueda de otros horizontes que aquí no encuentran.

Estos amigos, la mayoría con un pasar económico digno, saben que sus herederos estarán mejor afuera, donde sea, que lo que viven acá, también donde sea. La inseguridad, la incertidumbre económica y la falta de proyección sobre sus estudios son los elementos comunes que atraviesan los “ya grandecitos” o los que se van con “todo pago a cursar al exterior”.

La crisis de no saber cuándo se los volverá a ver asusta. Saben, en algunos casos, que son hijos de la vida ya, pero todo cuesta. Como cuesta vivir en un país que ya no te permite el “lujo” de perder la tarjeta SUBE porque no hay manera de reponerla; que la mayoría de los municipios del conurbano no tienen manera de resolver los insumos básicos para renovar los registros de conducir; que no puede romperse nada en ningún lado del hogar o fuera de la casa, como alguna pieza de un auto, porque su reposición es imposible.

Es decir, qué pueden esperar nuestros hijos en un país que no puede tener libre acceso al boleto de colectivo con una tarjeta plástica y un chip o a un automóvil 0Km, viejo anhelo de la clase media ascendente.

Esa “clase media ascendente” no existe más, y si lo está, quedó muy empequeñecida producto de las sucesivas y constantes crisis atravesadas. El sueño de “M´hijo el dotor”, tan relevante en nuestra infancia, que nuestros padres vieron retratados en nosotros, sus hijos, hoy no está más. La mayoría de nosotros sabemos que les será muy difícil a nuestra posteridad estar mejor que lo que hoy estamos los adultos.

El sueño de la casa propia no existe. Los alquileres tampoco. Lamentablemente, se cumple el axioma cultural de nuestros ancestros: “Todo tiempo pasado fue mejor”.

Además que en el campo económico, el deterioro también se observa en lugares claves de nuestra sociedad. ¿Es mejor la actual educación pública que la que recibí yo, que mezclé primaria porteña y secundaria bonaerense?. Estoy seguro que no.

Los médicos, que antes se “mataban” para hacer carrera en el hospital público, ¿siguen prefiriendo eso?… No. No les alcanza para superar lo mínimo que necesita para vivir una persona considerada de “clase media”.

Días atrás, el periodista Marcelo Palacios, oriundo de Libertad, partido de Merlo, en el oeste del Gran Buenos Aires, contó su experiencia de haber vuelto por su viejo barrio para un trámite personal y describió lo que los que transitamos a diario estos lares observamos cotidianamente.

La falta de progreso, las calles rotas, las casas despintadas y las veredas usurpadas por feriantes improvisados, familias hacinadas y patrulleros rotos ocupados por efectivos sin el ojo avizor de quien conoce la zona. Barrios que se han vuelto “impenetrables” porque hasta las calles están atestadas de vehículos abandonados y gente instalada ahí.

“Es un momento muy complicado, Ale”, confesó uno de los más encumbrados dirigentes políticos y arquitectos del Frente de Todos. Seguro no es el primero que hemos vivido, pero más seguros estamos de que no será el último.

“Yo veo el futuro repetir el pasado, veo un museo de grandes novedades”, dice la letra de Bersuit Vergarabat en El tiempo no para. Argentina, con poca dirigencia y lleno de lobbistas.

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