FacebookTwitteremailPrintLeonora Arditti, médica, explica por qué la vacuna cambió la historia de la salud humana y de qué manera no vacunarse afecta a toda la sociedad. A fines del siglo XVIII, la viruela era una plaga muy temida en Europa y América, ya que causaba gran mortalidad y no existía tratamiento contra ella. Un médico […]
Leonora Arditti, médica, explica por qué la vacuna cambió la historia de la salud humana y de qué manera no vacunarse afecta a toda la sociedad. A fines del siglo XVIII, la viruela era una plaga muy temida en Europa y América, ya que causaba gran mortalidad y no existía tratamiento contra ella. Un médico inglés llamado Edward Jenner observó que era frecuente que las personas que ordeñaban vacas sufrieran en las manos unas pústulas benignas, al haber estado en contacto con las ubres de las vacas infectadas por una forma similar a la viruela humana, llamada “variola vaccina” o viruela de las vacas. Jenner notó los que sufrían estas pústulas luego quedaban a salvo de enfermar de viruela común. Es decir, se hacían inmunes.
Jenner decidió probar esa observación y tuvo la idea de inocular a una persona sana con la viruela de las vacas para conferirle inmunidad frente a la peligrosa enfermedad. Aunque la vacuna desarrollada por Jenner fue en principio atacada por la comunidad científica, no tardó en demostrar sus espectaculares resultados. Casi 2 siglos después la viruela fue declarada oficialmente erradicada del planeta, en el año 1980.
En 1885, casi 100 años después del descubrimiento de Jenner, Louis Pasteur prueba su vacuna antirrábica con éxito en un niño que había sido mordido por un perro enfermo de hidrofobia.
A mediados del siglo XX, Jonas Salk desarrolló la primera vacuna contra la poliomielitis, utilizando virus muertos o inactivados, seguido pocos años después por la vacuna desarrollada por Albert Sabin, que se administraba por vía oral y se elaboraba con virus vivos y atenuados. Estás dos vacunas permitieron casi hacer desaparecer esa terrible enfermedad que dejaba secuelas tan graves en los niños que lograban sobrevivirla.
Una vacuna es un preparado que contiene un agente infeccioso o parte de él, inactivado o debilitado, y que, inoculado en el paciente, es capaz de producir en este una respuesta inmunológica. Mediante este procedimiento, el organismo adquiere una “memoria inmunológica” que le permitirá responder ante un eventual contacto del receptor con el agente infeccioso contra el cual ha sido inmunizado.
Aún cuando algunas vacunas no produzcan una inmunidad total contra un agente infeccioso en particular, y la persona efectivamente enferme al estar expuesta al patógeno, sí podrá generar una respuesta inmune suficiente como para evitar las formas más graves de la infección, así como las complicaciones que pudieran producirse.
La Farmacovigilancia es la actividad de salud pública cuyo objetivo es la identificación, evaluación y prevención de los riesgos del uso de los tratamientos farmacológicos una vez comercializados. Por lo tanto, se dedica a la toma de decisiones que permitan mantener la relación riesgo/beneficio de los medicamentos en una situación favorable, o incluso suspender su uso cuando esto no sea posible. En nuestro país es el Sistema Nacional de Farmacovigilancia, a cargo de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) el que lleva a cabo esta tarea.
En el año 1998, la prestigiosa revista médica británica The Lancet publicó un artículo que relacionaba a la vacuna MMR o triple viral, la cual protege contra sarampión, rubéola y parotiditis, con el autismo. A pesar de que luego se demostró que se trataba de un fraude y su autor, Andrew Wakefield fue expulsado del Colegio Médico británico, logró causar mucho daño.
Padres temerosos de los efectos secundarios atribuidos a esta vacuna por el mencionado estudio dejaron de vacunar a sus hijos, produciéndose brotes de estas enfermedades, cuyas complicaciones pueden ser graves. En el caso del sarampión, por ejemplo, la encefalitis y la neumonía son probables complicaciones potencialmente mortales.
A partir de la publicación del artículo de Wakefield en The Lancet, tomaron fuerza los denominados “grupos antivacunas”, no solo en el Reino Unido sino en todo el mundo. Grupos naturalistas que afirman que padecer la enfermedad es más inocuo que recibir “una sustancia química” en el cuerpo. Y que, confiados en el estado de inmunización del resto, por lo cual se beneficiarían indirectamente de las vacunas, dejan de vacunar a sus hijos poniendo en riesgo a toda la población.
En países desarrollados, donde estos peligrosos movimientos están creciendo con fuerza, se han registrado brotes de enfermedades que no aparecían desde hace décadas, como la difteria en España que se cobró la vida de un niño de 6 años que no había sido vacunado, en el año 2015. El último caso de difteria se había registrado en España en el año 1987.
En nuestro país la vacunación no es una opción, es obligatoria. La ley 22909 establece que todos los habitantes del país deben cumplir con el calendario de vacunación, excepto que por razones médicas debidamente fundadas y acreditadas esto no sea posible. Por lo tanto, quien no vacuna a sus hijos sin justificación, incurre en un delito.
En el año 2012 la Corte Suprema de Justicia de nuestro país intimó a los padres de un menor, pertenecientes a un movimiento antivacunas, a cumplir efectivamente con el calendario de vacunación oficial bajo apercibimiento de proceder a su vacunación de modo compulsivo.
No vacunar a nuestros hijos es un acto irresponsable, carente de fundamento científico alguno y que pone en riesgo a toda la comunidad, especialmente a aquellos que son más vulnerables, niños menores de 1 año que aún no han completado por una cuestión etaria sus esquemas, embarazadas, inmunodeprimidos.
No podemos dejar de notar que el dilema de la vacunación pertenece a sectores privilegiados: los menos favorecidos no pueden permitirse ese lujo. Allí el problema radica en cómo hacer llegar la vacuna a la mayor cantidad de gente posible para evitar muertes.
Defender la idea de que las vacunas hacen daño es defender una falacia, una mentira peligrosa, que no puede, por más democracia y derechos a los que se apelen, permitirse. Porque la salud de la población, y el derecho de los niños a no enfermar por causas prevenibles van primero.
Y aún cuando fuera posible (o no) discutir la eficacia o la seguridad de una vacuna en particular, es imposible negar que la vacunación ha sido uno de los descubrimientos más espectaculares y significativos en la historia de la humanidad. Y humildemente dar las gracias a quienes como Jenner, Pasteur, Sabin, Salk y tantos otros dedicaron su vida a dejarnos como legado a esta invaluable aliada de la medicina, la vacuna.