Los países ricos, cada vez más alejados de la posibilidad de vacunar al mundo

Los países ricos, cada vez más alejados de la posibilidad de vacunar al mundo

Las naciones de ingresos altos y medios han recibido cerca del 90% de los casi 400 millones de vacunas entregadas hasta ahora

NUEVA YORK.- En los próximos días, finalmente será aprobada la patente de un procedimiento inventado hace cinco años: un descubrimiento de ingeniería molecular que fue crucial y determinante para el desarrollo de al menos cinco de las principales vacunas contra el Covid. Y esa patente estará bajo el control del gobierno de Estados Unidos.

La nueva patente representa una oportunidad —según algunos, la mejor que tendremos— de ejercer presión sobre los laboratorios para que amplíen el acceso a las vacunas de los países más pobres.

La gran pregunta es si el gobierno norteamericano piensa mover un dedo.

El rápido desarrollo de las vacunas contra el Covid-19, alcanzado a una velocidad sin precedentes y financiado por colosales fondos públicos en Estados Unidos, la Unión Europea y Gran Bretaña, representa un gran triunfo sobre la pandemia. Los gobiernos se asociaron con los laboratorios y aportaron miles de millones de dólares para conseguir materias primas, financiar ensayos clínicos y modernizar las fábricas de vacunas. Y también desembolsaron miles de millones para comprar el producto terminado.

Pero este éxito de Occidente ha creado una desigualdad tajanteLos habitantes de los países ricos y de ingresos medios han recibido cerca del 90% de los casi 400 millones de vacunas entregadas hasta ahora. Según las proyecciones actuales, muchos de los países restantes tendrán que esperar años.

Un coro cada vez más numeroso de autoridades sanitarias y grupos de presión está exigiendo que los gobiernos occidentales utilicen facultades más agresivas –muchas de ellas nunca o rara vez utilizadas– para forzar a las empresas a compartir su experticia, publicar las fórmulas de las vacunas y redoblar su fabricación. Los defensores de la salud pública solicitaron ayuda, y hasta le pidieron al gobierno de Joe Biden que use su patente para facilitar el acceso a la vacuna.

Trabajadores de laboratorio prueban la vacuna Astrazeneca en Oxford, Inglaterra, el 20 de noviembre de 2020

Pero los gobiernos se resisten. Al asociarse con las farmacéuticas, los líderes occidentales lograron ubicarse a la cabeza de la fila. Pero también ignoraron años de advertencias y avisos explícitos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para incluir términos contractuales que habrían garantizado más dosis para los países pobres o habrían alentado a las empresas a compartir su conocimiento y las patentes que controlan.

“Fue como una estampida para conseguir papel higiénico. Todos querían llegar primero y llevarse el último paquete”, dice Gregg Gonsalves, epidemiólogo de la Universidad Yale. “Es lo que pasó con las dosis de la vacuna.”

La posibilidad de que miles de millones de personas tengan que esperar años para ser vacunadas representa una amenaza sanitaria incluso para los países más ricos. Por ejemplo en Gran Bretaña, donde actualmente se despliega una importante campaña de vacunación, los funcionarios sanitarios están rastreando una variante del virus que emergió en Sudáfrica, donde la vacunación es muy lenta. Esa variante podría anular el efecto mitigador de las vacunas, porque hasta las personas vacunadas podrían contraerla y enfermarse.

Las autoridades sanitarias occidentales dijeron que nunca tuvieron intención de excluir a otros países, pero como sus países contabilizaban enormes cantidades de muertos, la atención estuvo puesta fronteras adentro, y simplemente nunca se habló de compartir las patentes.

“Todo estuvo centrado en Estados Unidos, no fue algo anti-global”, dice Moncef Slaoui, exdirector científico de Operación Warp Speed, el programa del gobierno de Trump que financió la investigación de vacunas en Estados Unidos. “Todos estaban de acuerdo en que las dosis de las vacunas irían a otros lugares recién después de que Estados Unidos estuviera cubierto”.

El presidente Joe Biden visita el Laboratorio de patogénesis viral en los Institutos Nacionales de Salud en Bethesda, Maryland, el 11 de febrero de 2021

Biden y Ursula von der Leyen, la presidenta del órgano ejecutivo de la Unión Europea, son reacios a cambiar el curso de las cosas. Biden prometió ayudar a una empresa de la India a producir cerca de 1000 millones de dosis para fines de 2022, y su gobierno donó dosis a México y Canadá. Pero dejó bien en claro que tiene puesta su atención en Estados Unidos.

“Empezaremos por asegurarnos de que los estadounidenses sean atendidos primero”, dijo Biden recientemente. “Pero después vamos a intentar ayudar al resto del mundo.”

Presionar a las empresas a compartir las patentes podría ser visto como una manera de socavar la innovación, sabotear a los laboratorios o emprender largas y onerosas disputas con las mismas empresas que están buscando una salida de la pandemia.

Mientras los países ricos luchan por mantener el statu quo, otros como la India y Sudáfrica llevaron la batalla hasta la Organización Mundial del Comercio para intentar recusar las restricciones de patentes para las vacunas de Covid-19.

Mientras tanto, Rusia y China adoptaron una diplomacia de la vacuna y prometieron llenar el vacío. Unicef y la empresa de análisis de datos científicos Airfinity informaron que el Instituto Gamaleya de Moscú, por ejemplo, firmó acuerdos con productores desde Kazajistán hasta Corea del Sur. Los productores de vacunas chinos sellaron acuerdos similares en los Emiratos Árabes Unidos, Indonesia y Brasil.

El presidente chino Xi Jinping y su contraparte rusa Vladimir Putin

Tratar la cuestión de las patentes no solucionaría por sí solo el desequilibrio de vacunas. Modernizar o construir fábricas llevaría tiempo, habría que fabricar más materias primas, y los reguladores tendrían que aprobar las nuevas líneas de montaje.

Y tal como sucede cuando se cocina un plato difícil, darle a alguien una lista de ingredientes no equivale a mostrarle cómo hacerlo.

Para tratar estos problemas, el año pasado la Organización Mundial de la Salud creó un colectivo tecnológico para alentar a las empresas a compartir su pericia con fabricantes en países de bajos ingresos. Pero no se inscribió ni una sola empresa.

“El problema es que las empresas no quieren hacerlo. Y el gobierno no es lo suficientemente duro con ellas”, dice James Love, director de la organización sin fines de lucro Knowledge Ecology International.

Recientemente, los ejecutivos de los laboratorios les dijeron a los legisladores europeos que estaban dando las licencias de sus vacunas lo más rápido posible, pero que encontrar socios era todo un desafío.

“No tienen equipamiento”, dijo Stéphane Bancel, director ejecutivo de Moderna. “No hay capacidad.”

Pero desde Canadá hasta Bangladés, los fabricantes dicen que pueden hacer vacunas, y que solo les faltan los acuerdos de licencia de patentes. Cuando el precio ofertado permite llegar a un acuerdo, en pocos meses los laboratorios comparten secretos con nuevos fabricantes que permiten aumentar la producción de vacunas.

También ayuda que los gobiernos pongan su parte en los acuerdos. A principios de este mes, Biden anunció que el gigante farmacéutico Merck ayudaría a producir vacunas para su competidor Johnson & Johnson. El gobierno presionó a Johnson & Johnson a aceptar la ayuda y está aplicando la ley de abastecimiento de tiempos de guerra para asegurar la provisión de la empresa. También pagará para modernizar la producción de Merck y llegar a mayo con vacunas disponibles para todos los adultos en Estados Unidos.

A pesar del ingente financiamiento estatal, los laboratorios controlan casi toda la propiedad intelectual y van camino a embolsar fortunas con las vacunas. Una excepción crucial es la patente cuya aprobación se espera para estos días: un descubrimiento liderado por el Estado que permite manipular una proteína clave del coronavirus.

De hecho, ese descubrimiento crucial en la carrera 2020 para desarrollar la vacuna se produjo años antes en un laboratorio de los Institutos Nacionales de Salud, donde un científico norteamericano, el doctor Barney Graham, buscaba una hazaña médica.

Graham venía trabajando desde hace años en ese tipo de investigaciones largas y costosas que solo pueden financiar los gobiernos: buscaba la llave maestra de todas las vacunas, un mapa genético que pudiera usarse contra cualquiera de las casi dos docenas de familias de virus que infectan a los humanos. Cada vez que apareciera un nuevo virus, los científicos simplemente tendrían que ajustar el código, y tendrían rápidamente una vacuna.

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